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sábado, 29 de junio de 2013

Son estos los días...

Para Lillian van den Broeck

Son estos los días en que la memoria fluye,
son días de lluvia o sol intenso o resplandor
en que la mirada perderse puede en un atardecer
o en el aroma de los prados recién cortados.

Son estos los días de la memoria,
no los del recuerdo melancólico por lo perdido
o aquel que de un momento llega de improviso
ante un aroma, un color o una persona.
Es bueno a veces dejar que ese ondular inaprehensible
y su impregnada geometría nos invada o abandone
en la plaza como a Nietzsche ante el caballo aquel
que un día lo paralizó igual que un sol.

Pero acaso estos sean otros días.
Días sin paz, salidos de una sangre inamovible y cantarina
que sólo tiene signos de interrogación para sí misma,
perdida en el rumor del vuelo alpino de los nombres
no dichos ya por la filosofía.
Son los días tal vez del olvidado,
de esos sin rostro anclado en la memoria de los otros
que vagan por las calles como una penumbra
que vagamente los define llevando a cuesta
una sed no conocida por el agua
como si el mar de todo el mundo dejado hubiese en él
toda la sed de los destinos, y el rumor
de todas las olas al unísono con él callasen.

Son estos días en los que no hay nada qué guardar,
en los que apenas una palabra o un nombre repetido
en silencio salvar podría a quien los dijese…
son estos días sin calendario ni numeración
los que acaso marcan el lenguaje del alma
que sólo de silencios y sombras sabe…

Y en estos días en que tantos callan porque no saben hablar
o porque pudiendo prefieren el viento y sus desfiladeros,
habría que recordar a los ausentes que nos quitaron
y no vendieron su alegría antes de irse
porque no se fueron sino los enterraron sin permiso nuestro.

Y en estos días en que ya no llueve y falta el agua
como podría faltar el pan más no una risa
habría que decir sus nombres como un invisible mantra,
como si dijéramos el nuestro mismo antes de ir a la cama
a sembrar el sol de nuestras entrañas en otros labios.

Habría que tomarse el día libre para ir a retozar
o regresar por donde empieza el día,
tomar de la mano a quien amamos
como se toma el café por la mañana,
sabiendo que en cada trago están sus besos
y sus ojos nunca cansados de tanto mirar,
silbando por una vez el canto de todos los ausentes.
Son los días de la ropa de siempre,
los días que se visten como un improvisado funeral itinerante.
Son los días que nos ha tocado vivir,
son días de cantar y bailar,
de inventar cada palabra nuevamente
como un beso interminable que fugaz acaba de pasar.

Por estos días juzgados seremos,
y a quienes sepan su destino sin saberlo
las gracias habrá que darles
porque en cada encuentro
las abejas del lenguaje
recorren la alameda
con un trozo de miel entre los labios.

Y habrá quien no haya visto el trigo y coma pan,
y habrá quien no haya visto el mar y coma ostiones,
y habrá quien no traiga cobijo y tendrá el mundo entre sus dedos
como una guitarra de mil cuerdas en espera
y a cada quien le aguardará su propio día
en ese fugitivo cuadrilátero
que a diario aguarda el campanazo final.

Vendrá el futuro y tendrá tu nombre escrito,
y estos días que ahora el mundo ve, otros días serán,
y otro nombre llevarán,
igual que el río cuyo nombre el propio río desconoce
pero arrastra en su caudal una memoria
conocida por el árbol y el venablo
para sacar la amarga sal del mar.

Son estos días como el viento del otoño
los que ahora nos reclaman lo perdido…
son estos días que empiezan a correr desde antaño,
desde que existe memoria y quien la escriba…
son estos días…

18.marzo.2012